viernes, 15 de julio de 2016

Mañana es ayer.

Somos aire.

El verano es nuestro y las nieves del pasado se derriten en nuestro sofá. 

Somos ahora. 

Los relojes bailan a mi compás desde que me enredé en tus raíces. 
De mi desastroso interior tu esquina siempre permanece impecable, resplandeciente, en calma. 
A ello me aferro. A su recuerdo me adheriré como bote salvavidas cuando la ciudad me ahogue. 

Nos destruirán. 

Los días, las cosas, las lunas. 
Playas y montañas se pondrán en nuestra contra. 
Surgirán de la tierra kilómetros de más como excusas tras un naufragio. 

Nos hundiremos. 

En el sonido sordo del agua nos buscaremos. 
Seremos buzos en busca de nuestro tesoro común. 
Sabremos entonces de la necesidad del oxígeno en pack individual. 
Saldremos arrastrándonos abandonados a islas diferentes. 

Y te esperaré. No sentada, ni parada. No detendré mi vida por ti. 
Quiero decir, tu esquina te esperará. 

Me ordenaré mil veces recordando tu calma, impecable, resplandeciente. 
Los kilómetros saldrán de la tierra como excusas tras el naufragio.
La arena, antes mar, unirá nuestras islas. 

Te encontraré y sabrás que me habías estado esperando. 
Sin detener tu vida, guardando en perfecto estado la esquina de desorden a mi nombre entre tu calma interior. 

Nos acurrucaremos en ella y,
como siempre,
tu sonrisa dejará inacabados mis poemas. 

domingo, 15 de mayo de 2016

Ya lo dijo Passenger

Alguien importante me dijo una vez que podría ser la que le salvase. 

Desde entonces me siento en deuda con mi derecho de caer si cae.  
Desde entonces, mi capa es su abrigo para dos y las canciones que nos despegan del suelo. 

Desde ese preciso momento, aún no acostumbrada a la inestabilidad de nuestra montaña, noto la constante presencia del abismo bajo mis pies. 

Estamos tocando las nubes. 
Los problemas nos pasan de largo. 
La adrenalina araña nuestras espaldas. 

Todo lo que alcance tus oídos es tan solo el resto desnutrido y pulverizado de la risa sincera que surge, espontánea, cuando tu mano encoge mi corazón, rebosándolo. 

Puede que solo necesite rozarte, o puede que, visto de otra manera, acercándote devuelvas la vida a todas los hilos que nos cosen a la misma contradicción. 

jueves, 12 de mayo de 2016

Nunca quisimos hablar del tiempo aunque estuviese de nuestra parte.

Él sabe hacer operaciones a corazón abierto, y ella espera temblando en la camilla, rogando que la morfina de sus labios llegue antes que el miedo. 
Busca sus dedos entre las mantas, busca sus heridas y las guarda delicadamente en la caja fuerte que tiene a la izquierda de su pecho. 
Son diferentes y el tiempo ya no dice nada. No rechista cuando le obligan a pararse en el portal.

Hoy no entras. 

Fuera. 

Vete. 

Dales arrugas pero no kilómetros. 
El largo lazo que les une acaba en punta por ambos extremos y todos estamos cansados de verles sangrar. Es inútil, no van a soltarse. 
Solo ellos han cruzado la frontera de los años, han saltado a la zona de peligro, del todo o nada desde la preciosa comodidad. 

Silencio.

Hoy llueve y están a salvo. 

  Hombro, 
           cabeza,
                 caricia, 
                        sueño. 


  Se cierra el telón. 

jueves, 28 de abril de 2016

Historia de una madre que merece ser contada.

Voy a contarte una historia, ya sabes, para cambiarnos los papeles. Voy a hablarte de una niña. 

Esa niña está ahí, en tu cabeza y en la mía desde este mismo instante en que la nombro. Vamos a sentarla en un sofá. Le damos un cuento y lee en voz alta. 

Qué bonita se la ve, qué tranquila y qué sencilla. 

Llaman a la puerta; han venido a buscarla. Vemos pasar de largo imágenes borrosas por el rápido movimiento: la vemos feliz con sus amigos en una garganta cualquiera, masticando su enorme bocadillo de pan y chocolate con su único paleto de leche. La vemos de viaje, apoyada en la ventana de un coche viejo con la mirada perdida. Vemos sus pequeños ojos inundados escondiéndose entre sus manos… y volvemos a ver sus dientes reluciendo al sol en una carcajada. 
Es verdad, yo también me he dado cuenta, estoy empezando a cogerle cierto cariño.
Ha habido un fundido en negro. La hemos perdido de vista. 
Esa chica que nos da la espalda en esta enorme biblioteca tiene una trenza larguísima que nos recuerda a ella. Lo sé, tú también te has sorprendido al ver a nuestra pequeña tan concentrada en ese libro de letras minúsculas, tan alejada de su cuento y su sofá. Está recogiendo sus cosas. La seguimos calle arriba. ¡Qué barbaridad, cuantísimo han crecido esas piernas! Ya no tiene cardenales en las rodillas. Está guapa, está increíblemente guapa. No va maquillada y no parece importarle especialmente su aspecto, yo creo que en el fondo sabe que lo que transmite su rostro puro y amable lo dice todo por ella. Se encuentra con un pequeño grupo de amigos y cogen el metro de Madrid. 

Qué universitaria, qué segura de sí misma, qué soltura tiene. 

Parece mentira, su vida se ha expandido, sus conocidos llegan a más de cien, aparece en casi todas las imágenes un muchacho a su lado y ahora ya tiene hasta su propio sofá. 

Otro fundido. Esto empieza a inquietarme ¿a ti no? 
Si hago caso a la experiencia, esa chica de la puerta debería ser ella. Esto es increíble, juraría que ha vuelto a crecer. Se ha cortado el pelo; está preciosa. No reconozco el paisaje, ni siquiera creo que a ti te suene, está hecho un desastre. Todo son obras, piedras y cemento. Se la ve resplandeciente de felicidad. Le acompaña un hombre, me suena de algo… creo que es el muchacho que la abrazaba en sus viajes de la universidad al pueblo.Tienen los dos un anillo en común. Vaya, ¿es cosa mía o se están haciendo una casa? ¿Y quién es esa pequeñaja que la busca jugando entre las piedras? No me lo puedo creer, creo que se me ha parado el corazón. Nuestra niña es toda una mujer. Lleva las riendas de su vida con una sonrisa enorme y una nobleza en su mirada que brilla parpadeante cuando se cruza con los ojos castaños del gran amigo de la juventud. La pequeñaja corre hacia los dos y los abraza. Cómo se quieren los… cuatro. Creo que además de llevar las riendas de su vida, también lleva un bebé en el vientre. Vas a tener que esperarte un rato, seguir esta historia me está conmoviendo un poco. 

Ha pasado algo, creo que me he quedado dormida. Perdón, no quería otro fundido en negro, pero esto es un no parar. Voy a abrir los ojos. 

¿La has visto? Entre toda la luz de la mañana su cara ha ocupado todo el primer plano. Parece que mientras dormía alguien nos ha dejado un álbum de recuerdos, vamos a echarles un ojo. 
No me gusta nada volver a ver cómo esconde las lágrimas en sus manos, no me gusta ver sus ojos inundados; en el fondo creí que si no volvía a tener cardenales no volvería a llorar. 
Nos ha hablado, en este recuerdo nos cuenta su historia. Nos habla de sus padres, de su trabajo, de su familia. Nos mira y sonríe. 
Corre, pasa página, esto parece intenso.
Ahí está, aquí quería llegar. Todos sus momentos felices se guardan en este recuerdo, todas las risas tontas que la han hecho parecerse a un tomate con ojos chinos y con una sonrisa que parecía querer salirse de su cara en plena carcajada limpia. 

Qué graciosa está, qué madura, qué fuerte. 

Cerramos los recuerdos y parpadeamos fuerte. Sigue mirándonos. No sé a ti, pero a mi me ha dado un beso en la frente. Voy a tener que admitirlo: ni aprecio, ni cariño, ni conmoción; yo adoro a nuestra niña. 

Ha madrugado junto al hombre la ha acompañado en casi toda su historia. Han caminado por los cimientos de su casa y han desayunado tranquilamente. Tienen las cosas en su sitio, la cama deshecha, una hija en la universidad, otra hija durmiendo, la infusión caliente y las tostadas recién hechas. Como hace años, ha ido a una de las habitaciones y se ha sentado al borde de la cama. Ha apartado las sábanas. 

Qué cariñosa, qué calmada, qué madre se la ve. 

Estamos aquí, es ahora. Está sentada y tiene unos folios en la mano. Aquel muchacho de ojos marrones sigue a su lado. Tú no la ves, pero sigue preciosa. De un momento a otro voy a abrazarla, y la historia seguirá su curso. Sé que ninguna de las dos nos apartaremos de ella, habría que estar loco para hacerlo. 

De verdad, ¡cuánto echaré de menos a nuestra niña! 
¡cuánto te quiero, mamá!

domingo, 27 de marzo de 2016

Quiero, puedo y no me atrevo.

Los cobardes siempre vamos de culo, porque la cabeza la perdimos hace tiempo. Las manos nos tiemblan y pensamos en cómo destruir el muro gélido con la sutileza de un gigante. A destiempo y revuelto. Todo, absolutamente todo. 
Mientras los minutos pasan, y pesan, y piden a gritos que me levante del suelo porque es invierno y ya nadie entiende mis caprichos, yo solo me dedico a ignorarlos; a gritarte en silencio que desnudes ese enigma que te esconde, que de lo demás ya me encargo yo. 
Y me pregunto por qué no me escuchas. Y sigo preguntándomelo, desde mi edredón, con nuestros 7 míseros kilómetros bajo la almohada. 
Los aplasto y no se encogen. Sigues sin aparecer. 

jueves, 24 de marzo de 2016

Condenada.

La luz de los románticos rebota en el ala mecánica del pájaro de chapa, pero yo soy inmune al espectáculo, comiendo Doritos en un hueco acolchado del chisme, con las rodillas entumecidas, presionadas por su longitud al asiento delantero y el culo dormido pidiendo movimiento. 
No creo que haya algo peor que darse cuenta de que la gente de alrededor no merece la pena. Parecen tan imbéciles, tan perdidamente faltos de ganas de mirar más allá de sus mirillas empañadas con prejuicios... Es básicamente desesperante. Una mente tan vacía, tan desaprovechada. 
La vida no da para vivir todas las opciones, y aquí estamos; yo obligada a decidir y ellos derrochando el oxígeno entre Facebook, siestas y hoteles-spa. 

Quizás sea mi culpa y simplemente no he tenido la fuerza de voluntad suficiente como para poner la mente en blanco. Ya sabes, ese blanco tintado de tacones, 'a ver cómo está mi pelo', y 'que nadie piense que no somos gente de bien'. 
Quizás daban un manual al llegar a la ESO y a mí se me olvidó en la parada del autobús como casi todo lo que pretendo llevar como si fuese mío. Y digo quizás porque soy una pieza bastante bien hecha que no cabe en el puzzle, por lo que supongo que los que están torcidos son ellos. No es por egocentrismo, es simple relación lógica: yo no hubiese recogido el manual de maniquí si me lo hubiese vuelto a encontrar. 

Parece que aquí las malas decisiones te las ofrecen casualmente, como los cigarrillos cuando eres adolescente, tratando de engancharte hasta que te entra el mono y ya no encuentras ni colillas aplastadas por el suelo. Yo, por suerte, acepto siempre y cuando no me lleve antes de lo pensado a la tumba. Ya ves, será divertido arriesgar, pero de ahí a dejarse llevar por una corriente de peces moribundos hay una sociedad occidental. 

A veces hecho en falta el relax, el 'yo cierro los ojos y tú me guías', pero es que cada día que pasa parece más difícil encontrar un perro pastor que no te coma las ovejas en cuanto gires la cabeza. Y no lo digo con maldad, no es una declaración de guerra contra el mundo. Entiéndeme, estoy cansada de nadar hacia tiburones flotando que creía islas. Y como no puedo ponerte más metáforas, te lo digo a las claras, como si de una revelación científica se tratase: los humanos éramos buenos hasta que supimos que podíamos ser unos cabrones. Entonces ya la cosa cambia y soy yo el que te pisa a ti. Simplemente porque puedo. Y perdona Dios, que yo soy piadoso: no he derramado más sangre que lágrimas ajenas y nunca nadie me ha mandado al infierno. O a lo mejor no he querido escucharlo. Pero oye, la intención es lo que cuenta. Y la imaginación interesada también. 

Podrán decir que todo es relativo, pero en mi realidad las cosas están claras y no hay más que cachorros de humanidad lloriqueando por un poco de atención mientras buscan la postura más erguida en la que ensalzar su madurez y originalidad. 
Me incluyo, y por eso me quejo. Porque quiero vivir en pelotas tumbada en una playa en las Bahamas hasta descubrir que esos vacíos no se llenan con arena y cocos a pajita; levantarme y no volver a tumbarme. Porque me desespera lo lejos que tenemos los límites y las pocas ganas que tenemos de sobrepasarlos.
Así, a lo 'quizás cuando me despierte' al borde del ataúd. 

sábado, 5 de marzo de 2016

La inexistencia del lunes

El sonido del tecleo llevaba horas repitiéndose monótonamente, resonando en las paredes huecas de su mente dormida. Las horas pasaban, el sol se movía de un extremo al otro en la ventana: había dejado de vivir. 
La córnea de sus ojos bendecía el parpadeo involuntario que los devolvía a la vida: si hubiese dependido de la voluntad, se habrían secado como una de esas hojas de roble que adornan los charcos. 
La realidad era insípida, transparente; habría jurado que no podía tocarse con las manos, que no podía oírse más que el rugir del viento en unas caracolas inventadas. 

En una de las innumerables inhalaciones y exhalaciones de oxígeno que se veía obligada a hacer, como el preso a seguir viviendo, notó cómo sus costillas se contraían durante unos segundos más de la cuenta. La ropa se resbalaba, el sujetador caía despacio por su costado. 

Cerró los ojos y se miró. 

No 
    había
            nada.

En el interior de ese par de pulmones no había ganas de respirar.
“Puedo sola”, se había dicho, “no voy a echarte de menos esta vez, yo también puedo abrazarme por las noches; ¿para qué te crees que se alargaron las extremidades al crecer? Quizás la vida ya sabía el desenlace. Quizás a cada trago de leche en la merienda nos preparábamos para autocomplacernos una vez que el final se acercase y las personas-huida ya se hubiesen marchado.”

Su pez naranja la miraba desde el cristal cóncavo preguntándose adónde habría ido con tanto silencio esa mano que hacía caer la comida del cielo. Los relojes eran más ariscos y no dejaban a la compasión ni un segundo de mísera existencia. 

“Tener cuerpo para esto” -pensó. Y dejó reposar su nuca en la irrelevancia que había dejado nacer de los tallos del orgullo. Lo había alimentado, como hierba mala en el campo de la ingenuidad pasada. 

La culpa no le pesa, “son los demás los que se pierden el cariño que a mí me desborda por dentro. Encontraré la forma de soltarlo, y ellos, la forma de autoengañarse”. 

Y comenzó así su guerrilla contra el mundo, la fortificación de su burbuja, la recuperación de la llave de los 7 años y la vuelta a empezar. 

miércoles, 13 de enero de 2016

Houston, nos hemos metido de cabeza en esto de ahogarse.

Y es que todo es más difícil; la vida se resume en menos. 

Menos miedo, menos odio, menos triste repertorio tras las bocas opacas en repetitivo movimiento, más árboles-hombre; 
más abrazos y menos envoltorio. 

Si lo que vas a decir no es mejor que el eco sordo del silencio contra las paredes; guárdatelo. 
No quiero formar parte de tu crimen, no quiero ahogarme de tu mano, no quiero gritar y que me entre el frío; 
no quiero respirar y vaciar mi folio. 

La vida tiene más sentido si la ves del revés, con los pies de otro en la nuca y tratando de sobrevivir a las hormigas encendidas por los jonkies de los parques dentro de tu corbata. 

Asiente y sonríe, pareces encantado con el papel que te dieron de sobra a la salida del baño. Eres un actor pésimo que piensa en tetas mientras el público lo mira y murmulla por lo bajo que las balas como tú nunca llegan a encontrarse. 

Las escaleras del 1°B nunca se te hicieron tan largas hasta que pudiste ver todo tu orgullo en la bolsa de basura y un poco de alegría bajo la alfombra. Rasca y gana; y si la vida no te sonríe, vuelve a intentarlo con ímpetu en el bolsillo. 

La vida se resume en más. Échale ganas y vuela, puedo mentirte hasta que el suelo te parezca el mejor lugar para abrirte la cabeza, con lujo y elegancia; un pequeño suicidio mental cuya onda expansiva joda a todos los que un día hablaron con la mente cerrada. 

Luego saluda y haz la reverencia; tus palmadas en la espalda te esperan tras el telón. 

jueves, 7 de enero de 2016

Para variar

Tengo el recuerdo de tus besos 
posados todavía en mi cuello dormido; 
pienso guardarlos para sentir tu respiración 
cuando me paralice el frío.  

Tengo la mano tiritando desnuda 
al compás de tu latido;
echa de menos colarse en tus cosquillas y hacerte escalofríos. 

La piel de gallina, las piernas perdidas y la ropa que ahoga el calor mientras suspiro. 

La saliva derrochada entre mordiscos a fuego derretido y, sin pensarlo, 
dejar que tu mano vuelva 
justo a su vértice favorito. 

Quiero
         ser libre
                   contigo.