jueves, 24 de marzo de 2016

Condenada.

La luz de los románticos rebota en el ala mecánica del pájaro de chapa, pero yo soy inmune al espectáculo, comiendo Doritos en un hueco acolchado del chisme, con las rodillas entumecidas, presionadas por su longitud al asiento delantero y el culo dormido pidiendo movimiento. 
No creo que haya algo peor que darse cuenta de que la gente de alrededor no merece la pena. Parecen tan imbéciles, tan perdidamente faltos de ganas de mirar más allá de sus mirillas empañadas con prejuicios... Es básicamente desesperante. Una mente tan vacía, tan desaprovechada. 
La vida no da para vivir todas las opciones, y aquí estamos; yo obligada a decidir y ellos derrochando el oxígeno entre Facebook, siestas y hoteles-spa. 

Quizás sea mi culpa y simplemente no he tenido la fuerza de voluntad suficiente como para poner la mente en blanco. Ya sabes, ese blanco tintado de tacones, 'a ver cómo está mi pelo', y 'que nadie piense que no somos gente de bien'. 
Quizás daban un manual al llegar a la ESO y a mí se me olvidó en la parada del autobús como casi todo lo que pretendo llevar como si fuese mío. Y digo quizás porque soy una pieza bastante bien hecha que no cabe en el puzzle, por lo que supongo que los que están torcidos son ellos. No es por egocentrismo, es simple relación lógica: yo no hubiese recogido el manual de maniquí si me lo hubiese vuelto a encontrar. 

Parece que aquí las malas decisiones te las ofrecen casualmente, como los cigarrillos cuando eres adolescente, tratando de engancharte hasta que te entra el mono y ya no encuentras ni colillas aplastadas por el suelo. Yo, por suerte, acepto siempre y cuando no me lleve antes de lo pensado a la tumba. Ya ves, será divertido arriesgar, pero de ahí a dejarse llevar por una corriente de peces moribundos hay una sociedad occidental. 

A veces hecho en falta el relax, el 'yo cierro los ojos y tú me guías', pero es que cada día que pasa parece más difícil encontrar un perro pastor que no te coma las ovejas en cuanto gires la cabeza. Y no lo digo con maldad, no es una declaración de guerra contra el mundo. Entiéndeme, estoy cansada de nadar hacia tiburones flotando que creía islas. Y como no puedo ponerte más metáforas, te lo digo a las claras, como si de una revelación científica se tratase: los humanos éramos buenos hasta que supimos que podíamos ser unos cabrones. Entonces ya la cosa cambia y soy yo el que te pisa a ti. Simplemente porque puedo. Y perdona Dios, que yo soy piadoso: no he derramado más sangre que lágrimas ajenas y nunca nadie me ha mandado al infierno. O a lo mejor no he querido escucharlo. Pero oye, la intención es lo que cuenta. Y la imaginación interesada también. 

Podrán decir que todo es relativo, pero en mi realidad las cosas están claras y no hay más que cachorros de humanidad lloriqueando por un poco de atención mientras buscan la postura más erguida en la que ensalzar su madurez y originalidad. 
Me incluyo, y por eso me quejo. Porque quiero vivir en pelotas tumbada en una playa en las Bahamas hasta descubrir que esos vacíos no se llenan con arena y cocos a pajita; levantarme y no volver a tumbarme. Porque me desespera lo lejos que tenemos los límites y las pocas ganas que tenemos de sobrepasarlos.
Así, a lo 'quizás cuando me despierte' al borde del ataúd. 

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