Los cobardes siempre vamos de culo, porque la cabeza la perdimos hace tiempo. Las manos nos tiemblan y pensamos en cómo destruir el muro gélido con la sutileza de un gigante. A destiempo y revuelto. Todo, absolutamente todo.
Mientras los minutos pasan, y pesan, y piden a gritos que me levante del suelo porque es invierno y ya nadie entiende mis caprichos, yo solo me dedico a ignorarlos; a gritarte en silencio que desnudes ese enigma que te esconde, que de lo demás ya me encargo yo.
Y me pregunto por qué no me escuchas. Y sigo preguntándomelo, desde mi edredón, con nuestros 7 míseros kilómetros bajo la almohada.
Los aplasto y no se encogen. Sigues sin aparecer.
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