jueves, 15 de noviembre de 2018

Todo por mi abuela.     (22 junio 2018)                              

Decidió sentarse justo en el lugar que había sido su favorito.
Decidió comerse la ausencia y aplastarla con los músculos cansados y abatidos apoyados contra las bases acolchadas. No quiso volver a ser ella, no quiso contemplar desde su lugar de siempre aquel vacío, aquel agujero negro en todos sus recuerdos, como si estuviese esperando que él apareciese a ocupar su lugar. No.
Desde esa perspectiva jamás se daría cuenta de su ausencia. Podría verse a sí misma años atrás sentada en aquel ángulo contrario, observándolo a él mientras se cerraban sus ojos. Al verse no se sentía vacía; ella misma se acompañaba a sí.
Podría ocupar el sitio de los dos. Él se había ido pero no había tiempo para llorar aún más la pena ni comprar más calmantes. Él se había ido pero ella seguía ahí.
Contemplándose.
Acariciando con sus manos el áurea pura que aún flotaba sobre el viejo sillón, sobre el metro cuadrado, sobre su vida a la izquierda mientras la tinta del bolígrafo le manchaba los bolsillos.
Si el hueco quedaba libre, su recuerdo se expandiría, al acecho y sin fronteras, amenazando con el dolor punzante de aquello que se intenta ocultar.
Así, sin embargo, se abrazaban en cada siesta y mi abuela podía dormir.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Cambiar las sábanas siempre significa empezar un poco de nuevo.


He cambiado las sábanas
he nombrado mis medos, 
he quitado el tapón. 

Cuando miro al espejo no veo
no me encuentro
no sé si estoy ahí. 

Busco las ganas de moverme
de apartar las capas
de salir de esta casa pequeña y atestada, 
basta y angustiosa en la que sólo quepo yo. 

Quitándome los ojalás de encima, 
empezando poco a poco a hacerlo todo ya. 

Ojalá, ojalá querer mi cuerpo, 
ojalá quererlo ahora, 
dedicarle algo de tiempo,
confiar en mi mente
y apostar por ser capaz. 

viernes, 31 de agosto de 2018

A mí misma 

Yo, que no sé quién soy
me hablo a mí misma
tanteando las palabras para ver si en alguna de ellas
se delata al impostor.

Si hay suerte no seré yo.

¿Quién yo?

¿Yo la que escribe, la que lee?
¿Yo la que acepta?
¿Yo la que duda?

Yo la que se asusta.
Yo la que está asustada y no actúa y tiembla.
Esa yo que compartimos.

Yo la que todos hemos tenido alguna vez,
la que quiere sólo que la quieran, que la abracen y la soben,
recibir y fluir con la marea,
que todo vaya a su corriente,
que la mimen, la canten y la besen.
Que se enamoren de ella,
que todos la quieran como la quisieron quizá
y ahora es pasado.

Sin palabra,
que la palabra lo destruye todo,
amarga la rosa,
se expulsa de sí.

Que lo adivinen,
que se acerquen,
que le den lo que ella misma se negó.

Pero lo pedirá a murmullo,
y se encogerá aunque no haga frío
se curvará su espalda
y volverá a querer ser pequeña
entre esos huesos kilométricos que no se doblan ni se encogen.

Apretará la mandíbula mientras quiere liberarse,
me empujará para saltar y no me dejará moverme,
se me echará encima y me pedirá la luna,
y me babeará la camisa y me lloriqueará en el hombro,
y me tirará de la manga cada vez que trate de huir.

Esa yo que soy yo y no soy,
a la que abrazo algunas noches
y escupo el resto,
a la que alimento,
recojo,
consuelo
y mato.

Esa yo que volverá a mi lado,
me dará la mano
como si nada hubiese pasado,
a la que tiraré de la manga
a la que gritaré y babosearé,
a la que me subiré para murmurarle al oído
que quiero saltar,
liberarme,
moverme
y ataré mientras sus pies.

Disección

Atrévete y hazlo, pincha tu cuerpo con el alfiler celeste, de la boca a los pies. 
Pínchate fuerte que para eso es tuyo, zarandéate a ti misma, siente el corte, el desgarre, la explosión.
Siente que rompes los diques, que desbordas tu espacio, que dejas las dos dimensiones para saltar más lejos. 
Siente el todo saliendo de ti, las vísceras, la sangre, lo oscuro. 
Que salga y se dispare y acabe lejos, que se entierre sólo cuando llueva y tú ya te hayas ido. 

Camina vagabunda, partida por la mitad, llevándote a rastras como una maleta pesada, con tu mierda colgando, expectativas y ansias desatinadas de paz. 
Mancha las paredes dejando tu huella, halla tu olor. 
Olvídate de la envidia, del orgullo, de la angustia pegajosa adherida a tus retinas que no te dejan ver. 
Vuelve a mirar hacia dentro, abre las ventanas al resto, invítales a tomar un café mientras cierras las demás puertas. 
Aprende de aquellos que se irán pronto, aprende de aquellos que tienen ya en tus mesillas sus libros y papel.

Siente que lo que haces es ahora o nunca.

El miedo te ha anclado a una tranquilidad esclava, a una calma chicha punzante, a un círculo cada vez más pequeño que te acorrala los pies. 
Salta porque tan sólo es una línea. 
Crees que crujirá el suelo y puede que caigas y te encontrarás a la pata coja en medio de un oceáno de lava. 
Pero todo lo que pasará será tu respiración cortada 
y el giro de tu cabeza viendo el culo del miedo que ya no muerde, ni ladra, ni solloza. 
El horizonte sigue sin ser siempre atardecer, y hay lagos y pozos y tumbas. 
Pero cuando empieces a andar añorarás correr, 
y te darán igual las brechas infinitas en el suelo 
porque las mejores vistas son siempre desde los acantilados. 

miércoles, 23 de agosto de 2017

Esto no sirve

Voy a empezar a hablar como si me tratase yo de un preso en mitad de la Guerra Civil española. Me diréis que exagero, que no es para tanto, que venga ya. Os diré que como sujeto, lo veo todo subjetivo y tendréis que dejarme en paz. 

Os contaré que me encuentro ahogada, claustrofóbica perdida como si sobre mi cabeza se abalanzasen tantos litros de agua como caben en la profundidad del mar. Tranquilos, no os asustéis, tendría como una especie de techo de cristal. Mi cabeza no sufriría daños y, si te empeñas, hasta podría imaginarme unas bonitas vistas. Una metáfora sobrecogedora.
Y aquí, con todo un universo marino posado a un metro de mis párpados, puedo deciros que la tranquilidad me agobia, que el ruido me agobia, que el laberinto de mi cerebro no es más que un tubo circular deforme que recorro ya en menos de medio minuto, y vosotros os limitaréis a hacer eso con los ojos que os pone tan por encima del resto de los seres latientes a unos pocos metros a la redonda (que es más o menos lo que os separará de otro imbécil con los ojos tornados).

Os puedo contar que a veces, en honor a mi madre, recojo las migas de pan que quedan en la mesa con el dedo, y obviamente os dará igual. Pero quizás eso me cabree. Pensaré que cuando un 'gran' hombre se dedicó a plantear el orden de las cosas, cuando dijo que pertenecían a una determinada altura y que en eso y nada más que eso se basaba la lógica y el raciocinio del mundo, todos aplaudisteis rápidamente. Entonces, ¿por qué no podría yo dedicar mi valioso, dorado y áureo tiempo en ordenar a mi antojo la materia universal? 

En mi piel de preso de guerra me gustaría saber simplemente por qué. No es una pregunta complicada, aunque cuando los niños la repiten unas cuantas veces pueden ver cómo, subiendo la vista por las piernas infinitas de su adulto particular y llegando a esa cabecita deforme y lejana, vuelven a tornarse otro par de ojos. Por qué, digo, puede uno perderse en sí mismo y perder a su vez todo lo que le rodea. ¿Somos acaso una especie de cabos, de puntos de unión de cuerdas, de mecanismos de engranajes? Ni siquiera podemos ya elegir quién se suelta, quién se une, quién debería oxidarse con nosotros. 

Yo, bajo vuestros ojos y vuestras persianas, encuadrada entre vuestros comentarios y pensamientos, no soy más que una porción de carne que se reparte al antojo del que llega primero. Y quizá no se trate más que eso, quizá no sea yo más que eso. Yo sé lo que soy pero no sé lo que hago, y tampoco sé lo que me hace a mí. Escribir escribo, pero no le pongo ganas, bailo cuando me ponen música y si tengo una cerveza en la mano suelo beber. Nadie dice nada pero tú puedes ver cómo se mueven sus neuronas con tu nombre y su mensaje. SU historia, siempre es su historia. No, esto no sirve. 

viernes, 15 de julio de 2016

Mañana es ayer.

Somos aire.

El verano es nuestro y las nieves del pasado se derriten en nuestro sofá. 

Somos ahora. 

Los relojes bailan a mi compás desde que me enredé en tus raíces. 
De mi desastroso interior tu esquina siempre permanece impecable, resplandeciente, en calma. 
A ello me aferro. A su recuerdo me adheriré como bote salvavidas cuando la ciudad me ahogue. 

Nos destruirán. 

Los días, las cosas, las lunas. 
Playas y montañas se pondrán en nuestra contra. 
Surgirán de la tierra kilómetros de más como excusas tras un naufragio. 

Nos hundiremos. 

En el sonido sordo del agua nos buscaremos. 
Seremos buzos en busca de nuestro tesoro común. 
Sabremos entonces de la necesidad del oxígeno en pack individual. 
Saldremos arrastrándonos abandonados a islas diferentes. 

Y te esperaré. No sentada, ni parada. No detendré mi vida por ti. 
Quiero decir, tu esquina te esperará. 

Me ordenaré mil veces recordando tu calma, impecable, resplandeciente. 
Los kilómetros saldrán de la tierra como excusas tras el naufragio.
La arena, antes mar, unirá nuestras islas. 

Te encontraré y sabrás que me habías estado esperando. 
Sin detener tu vida, guardando en perfecto estado la esquina de desorden a mi nombre entre tu calma interior. 

Nos acurrucaremos en ella y,
como siempre,
tu sonrisa dejará inacabados mis poemas. 

domingo, 15 de mayo de 2016

Ya lo dijo Passenger

Alguien importante me dijo una vez que podría ser la que le salvase. 

Desde entonces me siento en deuda con mi derecho de caer si cae.  
Desde entonces, mi capa es su abrigo para dos y las canciones que nos despegan del suelo. 

Desde ese preciso momento, aún no acostumbrada a la inestabilidad de nuestra montaña, noto la constante presencia del abismo bajo mis pies. 

Estamos tocando las nubes. 
Los problemas nos pasan de largo. 
La adrenalina araña nuestras espaldas. 

Todo lo que alcance tus oídos es tan solo el resto desnutrido y pulverizado de la risa sincera que surge, espontánea, cuando tu mano encoge mi corazón, rebosándolo. 

Puede que solo necesite rozarte, o puede que, visto de otra manera, acercándote devuelvas la vida a todas los hilos que nos cosen a la misma contradicción.