viernes, 31 de agosto de 2018

Disección

Atrévete y hazlo, pincha tu cuerpo con el alfiler celeste, de la boca a los pies. 
Pínchate fuerte que para eso es tuyo, zarandéate a ti misma, siente el corte, el desgarre, la explosión.
Siente que rompes los diques, que desbordas tu espacio, que dejas las dos dimensiones para saltar más lejos. 
Siente el todo saliendo de ti, las vísceras, la sangre, lo oscuro. 
Que salga y se dispare y acabe lejos, que se entierre sólo cuando llueva y tú ya te hayas ido. 

Camina vagabunda, partida por la mitad, llevándote a rastras como una maleta pesada, con tu mierda colgando, expectativas y ansias desatinadas de paz. 
Mancha las paredes dejando tu huella, halla tu olor. 
Olvídate de la envidia, del orgullo, de la angustia pegajosa adherida a tus retinas que no te dejan ver. 
Vuelve a mirar hacia dentro, abre las ventanas al resto, invítales a tomar un café mientras cierras las demás puertas. 
Aprende de aquellos que se irán pronto, aprende de aquellos que tienen ya en tus mesillas sus libros y papel.

Siente que lo que haces es ahora o nunca.

El miedo te ha anclado a una tranquilidad esclava, a una calma chicha punzante, a un círculo cada vez más pequeño que te acorrala los pies. 
Salta porque tan sólo es una línea. 
Crees que crujirá el suelo y puede que caigas y te encontrarás a la pata coja en medio de un oceáno de lava. 
Pero todo lo que pasará será tu respiración cortada 
y el giro de tu cabeza viendo el culo del miedo que ya no muerde, ni ladra, ni solloza. 
El horizonte sigue sin ser siempre atardecer, y hay lagos y pozos y tumbas. 
Pero cuando empieces a andar añorarás correr, 
y te darán igual las brechas infinitas en el suelo 
porque las mejores vistas son siempre desde los acantilados. 

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