domingo, 27 de marzo de 2016

Quiero, puedo y no me atrevo.

Los cobardes siempre vamos de culo, porque la cabeza la perdimos hace tiempo. Las manos nos tiemblan y pensamos en cómo destruir el muro gélido con la sutileza de un gigante. A destiempo y revuelto. Todo, absolutamente todo. 
Mientras los minutos pasan, y pesan, y piden a gritos que me levante del suelo porque es invierno y ya nadie entiende mis caprichos, yo solo me dedico a ignorarlos; a gritarte en silencio que desnudes ese enigma que te esconde, que de lo demás ya me encargo yo. 
Y me pregunto por qué no me escuchas. Y sigo preguntándomelo, desde mi edredón, con nuestros 7 míseros kilómetros bajo la almohada. 
Los aplasto y no se encogen. Sigues sin aparecer. 

jueves, 24 de marzo de 2016

Condenada.

La luz de los románticos rebota en el ala mecánica del pájaro de chapa, pero yo soy inmune al espectáculo, comiendo Doritos en un hueco acolchado del chisme, con las rodillas entumecidas, presionadas por su longitud al asiento delantero y el culo dormido pidiendo movimiento. 
No creo que haya algo peor que darse cuenta de que la gente de alrededor no merece la pena. Parecen tan imbéciles, tan perdidamente faltos de ganas de mirar más allá de sus mirillas empañadas con prejuicios... Es básicamente desesperante. Una mente tan vacía, tan desaprovechada. 
La vida no da para vivir todas las opciones, y aquí estamos; yo obligada a decidir y ellos derrochando el oxígeno entre Facebook, siestas y hoteles-spa. 

Quizás sea mi culpa y simplemente no he tenido la fuerza de voluntad suficiente como para poner la mente en blanco. Ya sabes, ese blanco tintado de tacones, 'a ver cómo está mi pelo', y 'que nadie piense que no somos gente de bien'. 
Quizás daban un manual al llegar a la ESO y a mí se me olvidó en la parada del autobús como casi todo lo que pretendo llevar como si fuese mío. Y digo quizás porque soy una pieza bastante bien hecha que no cabe en el puzzle, por lo que supongo que los que están torcidos son ellos. No es por egocentrismo, es simple relación lógica: yo no hubiese recogido el manual de maniquí si me lo hubiese vuelto a encontrar. 

Parece que aquí las malas decisiones te las ofrecen casualmente, como los cigarrillos cuando eres adolescente, tratando de engancharte hasta que te entra el mono y ya no encuentras ni colillas aplastadas por el suelo. Yo, por suerte, acepto siempre y cuando no me lleve antes de lo pensado a la tumba. Ya ves, será divertido arriesgar, pero de ahí a dejarse llevar por una corriente de peces moribundos hay una sociedad occidental. 

A veces hecho en falta el relax, el 'yo cierro los ojos y tú me guías', pero es que cada día que pasa parece más difícil encontrar un perro pastor que no te coma las ovejas en cuanto gires la cabeza. Y no lo digo con maldad, no es una declaración de guerra contra el mundo. Entiéndeme, estoy cansada de nadar hacia tiburones flotando que creía islas. Y como no puedo ponerte más metáforas, te lo digo a las claras, como si de una revelación científica se tratase: los humanos éramos buenos hasta que supimos que podíamos ser unos cabrones. Entonces ya la cosa cambia y soy yo el que te pisa a ti. Simplemente porque puedo. Y perdona Dios, que yo soy piadoso: no he derramado más sangre que lágrimas ajenas y nunca nadie me ha mandado al infierno. O a lo mejor no he querido escucharlo. Pero oye, la intención es lo que cuenta. Y la imaginación interesada también. 

Podrán decir que todo es relativo, pero en mi realidad las cosas están claras y no hay más que cachorros de humanidad lloriqueando por un poco de atención mientras buscan la postura más erguida en la que ensalzar su madurez y originalidad. 
Me incluyo, y por eso me quejo. Porque quiero vivir en pelotas tumbada en una playa en las Bahamas hasta descubrir que esos vacíos no se llenan con arena y cocos a pajita; levantarme y no volver a tumbarme. Porque me desespera lo lejos que tenemos los límites y las pocas ganas que tenemos de sobrepasarlos.
Así, a lo 'quizás cuando me despierte' al borde del ataúd. 

sábado, 5 de marzo de 2016

La inexistencia del lunes

El sonido del tecleo llevaba horas repitiéndose monótonamente, resonando en las paredes huecas de su mente dormida. Las horas pasaban, el sol se movía de un extremo al otro en la ventana: había dejado de vivir. 
La córnea de sus ojos bendecía el parpadeo involuntario que los devolvía a la vida: si hubiese dependido de la voluntad, se habrían secado como una de esas hojas de roble que adornan los charcos. 
La realidad era insípida, transparente; habría jurado que no podía tocarse con las manos, que no podía oírse más que el rugir del viento en unas caracolas inventadas. 

En una de las innumerables inhalaciones y exhalaciones de oxígeno que se veía obligada a hacer, como el preso a seguir viviendo, notó cómo sus costillas se contraían durante unos segundos más de la cuenta. La ropa se resbalaba, el sujetador caía despacio por su costado. 

Cerró los ojos y se miró. 

No 
    había
            nada.

En el interior de ese par de pulmones no había ganas de respirar.
“Puedo sola”, se había dicho, “no voy a echarte de menos esta vez, yo también puedo abrazarme por las noches; ¿para qué te crees que se alargaron las extremidades al crecer? Quizás la vida ya sabía el desenlace. Quizás a cada trago de leche en la merienda nos preparábamos para autocomplacernos una vez que el final se acercase y las personas-huida ya se hubiesen marchado.”

Su pez naranja la miraba desde el cristal cóncavo preguntándose adónde habría ido con tanto silencio esa mano que hacía caer la comida del cielo. Los relojes eran más ariscos y no dejaban a la compasión ni un segundo de mísera existencia. 

“Tener cuerpo para esto” -pensó. Y dejó reposar su nuca en la irrelevancia que había dejado nacer de los tallos del orgullo. Lo había alimentado, como hierba mala en el campo de la ingenuidad pasada. 

La culpa no le pesa, “son los demás los que se pierden el cariño que a mí me desborda por dentro. Encontraré la forma de soltarlo, y ellos, la forma de autoengañarse”. 

Y comenzó así su guerrilla contra el mundo, la fortificación de su burbuja, la recuperación de la llave de los 7 años y la vuelta a empezar.