He escuchado poesía,
he leído poesía,
me he visto en poesía,
y he escrito algo que se le parecía.
He nadado, entendido, amado poesía,
y me he ahogado en sus sueños
incluso a la luz del día.
He visto la realidad distorsionada
por gente que no la creía,
y era triste, sosa y amarga;
era fría y no había cara descubierta.
Me acerqué a la hoja en blanco
y, como al mejor de mis amigos,
le conté cómo sufría cuando veía
que el mundo se iba a la mierda
y ese barco se iba al naufragio con mi vida.
Me dio una botella,
me obligó a vaciarla en mis entrañas,
me dijo que me vaciara ahora yo en ella;
que las cartas de piratas
siempre encontraban firme tierra.
Y es así como decidí desahogarme,
tirar mi agua por la borda,
mandar mensajes desde dentro
a un mundo sordo que me ignora.
Decidí seguir viviendo
con los tumbos del maldito y gastado barco,
convertir mis penas en sirenas
y ahogarlas donde aún pudieran respirar.
Desde entonces mancho blancos
con la tinta que me queda,
descubro mundos al segundo
aunque no lleve bandera.
Y pienso seguir haciéndolo,
aunque en ello no haga huella,
aunque me marchite cual rosa,
y exprima mi ser hasta que duela.
Parece mentira,
pero he encontrado la luna
que me llena.
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