jueves, 15 de noviembre de 2018

Todo por mi abuela.     (22 junio 2018)                              

Decidió sentarse justo en el lugar que había sido su favorito.
Decidió comerse la ausencia y aplastarla con los músculos cansados y abatidos apoyados contra las bases acolchadas. No quiso volver a ser ella, no quiso contemplar desde su lugar de siempre aquel vacío, aquel agujero negro en todos sus recuerdos, como si estuviese esperando que él apareciese a ocupar su lugar. No.
Desde esa perspectiva jamás se daría cuenta de su ausencia. Podría verse a sí misma años atrás sentada en aquel ángulo contrario, observándolo a él mientras se cerraban sus ojos. Al verse no se sentía vacía; ella misma se acompañaba a sí.
Podría ocupar el sitio de los dos. Él se había ido pero no había tiempo para llorar aún más la pena ni comprar más calmantes. Él se había ido pero ella seguía ahí.
Contemplándose.
Acariciando con sus manos el áurea pura que aún flotaba sobre el viejo sillón, sobre el metro cuadrado, sobre su vida a la izquierda mientras la tinta del bolígrafo le manchaba los bolsillos.
Si el hueco quedaba libre, su recuerdo se expandiría, al acecho y sin fronteras, amenazando con el dolor punzante de aquello que se intenta ocultar.
Así, sin embargo, se abrazaban en cada siesta y mi abuela podía dormir.