miércoles, 23 de agosto de 2017

Esto no sirve

Voy a empezar a hablar como si me tratase yo de un preso en mitad de la Guerra Civil española. Me diréis que exagero, que no es para tanto, que venga ya. Os diré que como sujeto, lo veo todo subjetivo y tendréis que dejarme en paz. 

Os contaré que me encuentro ahogada, claustrofóbica perdida como si sobre mi cabeza se abalanzasen tantos litros de agua como caben en la profundidad del mar. Tranquilos, no os asustéis, tendría como una especie de techo de cristal. Mi cabeza no sufriría daños y, si te empeñas, hasta podría imaginarme unas bonitas vistas. Una metáfora sobrecogedora.
Y aquí, con todo un universo marino posado a un metro de mis párpados, puedo deciros que la tranquilidad me agobia, que el ruido me agobia, que el laberinto de mi cerebro no es más que un tubo circular deforme que recorro ya en menos de medio minuto, y vosotros os limitaréis a hacer eso con los ojos que os pone tan por encima del resto de los seres latientes a unos pocos metros a la redonda (que es más o menos lo que os separará de otro imbécil con los ojos tornados).

Os puedo contar que a veces, en honor a mi madre, recojo las migas de pan que quedan en la mesa con el dedo, y obviamente os dará igual. Pero quizás eso me cabree. Pensaré que cuando un 'gran' hombre se dedicó a plantear el orden de las cosas, cuando dijo que pertenecían a una determinada altura y que en eso y nada más que eso se basaba la lógica y el raciocinio del mundo, todos aplaudisteis rápidamente. Entonces, ¿por qué no podría yo dedicar mi valioso, dorado y áureo tiempo en ordenar a mi antojo la materia universal? 

En mi piel de preso de guerra me gustaría saber simplemente por qué. No es una pregunta complicada, aunque cuando los niños la repiten unas cuantas veces pueden ver cómo, subiendo la vista por las piernas infinitas de su adulto particular y llegando a esa cabecita deforme y lejana, vuelven a tornarse otro par de ojos. Por qué, digo, puede uno perderse en sí mismo y perder a su vez todo lo que le rodea. ¿Somos acaso una especie de cabos, de puntos de unión de cuerdas, de mecanismos de engranajes? Ni siquiera podemos ya elegir quién se suelta, quién se une, quién debería oxidarse con nosotros. 

Yo, bajo vuestros ojos y vuestras persianas, encuadrada entre vuestros comentarios y pensamientos, no soy más que una porción de carne que se reparte al antojo del que llega primero. Y quizá no se trate más que eso, quizá no sea yo más que eso. Yo sé lo que soy pero no sé lo que hago, y tampoco sé lo que me hace a mí. Escribir escribo, pero no le pongo ganas, bailo cuando me ponen música y si tengo una cerveza en la mano suelo beber. Nadie dice nada pero tú puedes ver cómo se mueven sus neuronas con tu nombre y su mensaje. SU historia, siempre es su historia. No, esto no sirve.