Voy a contarte una historia, ya sabes, para cambiarnos los papeles. Voy a hablarte de una niña.
Esa niña está ahí, en tu cabeza y en la mía desde este mismo instante en que la nombro. Vamos a sentarla en un sofá. Le damos un cuento y lee en voz alta.
Qué bonita se la ve, qué tranquila y qué sencilla.
Llaman a la puerta; han venido a buscarla. Vemos pasar de largo imágenes borrosas por el rápido movimiento: la vemos feliz con sus amigos en una garganta cualquiera, masticando su enorme bocadillo de pan y chocolate con su único paleto de leche. La vemos de viaje, apoyada en la ventana de un coche viejo con la mirada perdida. Vemos sus pequeños ojos inundados escondiéndose entre sus manos… y volvemos a ver sus dientes reluciendo al sol en una carcajada.
Es verdad, yo también me he dado cuenta, estoy empezando a cogerle cierto cariño.
Ha habido un fundido en negro. La hemos perdido de vista.
Esa chica que nos da la espalda en esta enorme biblioteca tiene una trenza larguísima que nos recuerda a ella. Lo sé, tú también te has sorprendido al ver a nuestra pequeña tan concentrada en ese libro de letras minúsculas, tan alejada de su cuento y su sofá. Está recogiendo sus cosas. La seguimos calle arriba. ¡Qué barbaridad, cuantísimo han crecido esas piernas! Ya no tiene cardenales en las rodillas. Está guapa, está increíblemente guapa. No va maquillada y no parece importarle especialmente su aspecto, yo creo que en el fondo sabe que lo que transmite su rostro puro y amable lo dice todo por ella. Se encuentra con un pequeño grupo de amigos y cogen el metro de Madrid.
Qué universitaria, qué segura de sí misma, qué soltura tiene.
Parece mentira, su vida se ha expandido, sus conocidos llegan a más de cien, aparece en casi todas las imágenes un muchacho a su lado y ahora ya tiene hasta su propio sofá.
Otro fundido. Esto empieza a inquietarme ¿a ti no?
Si hago caso a la experiencia, esa chica de la puerta debería ser ella. Esto es increíble, juraría que ha vuelto a crecer. Se ha cortado el pelo; está preciosa. No reconozco el paisaje, ni siquiera creo que a ti te suene, está hecho un desastre. Todo son obras, piedras y cemento. Se la ve resplandeciente de felicidad. Le acompaña un hombre, me suena de algo… creo que es el muchacho que la abrazaba en sus viajes de la universidad al pueblo.Tienen los dos un anillo en común. Vaya, ¿es cosa mía o se están haciendo una casa? ¿Y quién es esa pequeñaja que la busca jugando entre las piedras? No me lo puedo creer, creo que se me ha parado el corazón. Nuestra niña es toda una mujer. Lleva las riendas de su vida con una sonrisa enorme y una nobleza en su mirada que brilla parpadeante cuando se cruza con los ojos castaños del gran amigo de la juventud. La pequeñaja corre hacia los dos y los abraza. Cómo se quieren los… cuatro. Creo que además de llevar las riendas de su vida, también lleva un bebé en el vientre. Vas a tener que esperarte un rato, seguir esta historia me está conmoviendo un poco.
Ha pasado algo, creo que me he quedado dormida. Perdón, no quería otro fundido en negro, pero esto es un no parar. Voy a abrir los ojos.
¿La has visto? Entre toda la luz de la mañana su cara ha ocupado todo el primer plano. Parece que mientras dormía alguien nos ha dejado un álbum de recuerdos, vamos a echarles un ojo.
No me gusta nada volver a ver cómo esconde las lágrimas en sus manos, no me gusta ver sus ojos inundados; en el fondo creí que si no volvía a tener cardenales no volvería a llorar.
Nos ha hablado, en este recuerdo nos cuenta su historia. Nos habla de sus padres, de su trabajo, de su familia. Nos mira y sonríe.
Corre, pasa página, esto parece intenso.
Ahí está, aquí quería llegar. Todos sus momentos felices se guardan en este recuerdo, todas las risas tontas que la han hecho parecerse a un tomate con ojos chinos y con una sonrisa que parecía querer salirse de su cara en plena carcajada limpia.
Qué graciosa está, qué madura, qué fuerte.
Cerramos los recuerdos y parpadeamos fuerte. Sigue mirándonos. No sé a ti, pero a mi me ha dado un beso en la frente. Voy a tener que admitirlo: ni aprecio, ni cariño, ni conmoción; yo adoro a nuestra niña.
Ha madrugado junto al hombre la ha acompañado en casi toda su historia. Han caminado por los cimientos de su casa y han desayunado tranquilamente. Tienen las cosas en su sitio, la cama deshecha, una hija en la universidad, otra hija durmiendo, la infusión caliente y las tostadas recién hechas. Como hace años, ha ido a una de las habitaciones y se ha sentado al borde de la cama. Ha apartado las sábanas.
Qué cariñosa, qué calmada, qué madre se la ve.
Estamos aquí, es ahora. Está sentada y tiene unos folios en la mano. Aquel muchacho de ojos marrones sigue a su lado. Tú no la ves, pero sigue preciosa. De un momento a otro voy a abrazarla, y la historia seguirá su curso. Sé que ninguna de las dos nos apartaremos de ella, habría que estar loco para hacerlo.
De verdad, ¡cuánto echaré de menos a nuestra niña!
¡cuánto te quiero, mamá!